El escalofriante testimonio de "Popeye", el ex jefe de sicarios de Pablo Escobar
"Soy un hombre privilegiado porque he visto caer a mis enemigos, vi morir a Pacho Herrera como un perro y vi extraditar a los Rodríguez Orejuela, asustados y llorando. Uno desde la cárcel ve morir a sus peores enemigos y eso es muy gratificante".
Así, John Jairo Velásquez Vásquez, alias "Popeye", ex jefe de sicarios del desaparecido Pablo Escobar Gaviria, narra parte de su vivencia como interno, desde hace siete años, de la cárcel de Alta Seguridad de Cómbita.
Según lo publicado este martes por el diario colombiano El Tiempo, Velásquez o "Popeye" acompañó a Escobar, fue el autor material e intelectual de los actos más sangrientos de la historia de Colombia durante las décadas de los 80 y los 90.
Para defender la obsesión de Pablo Escobar de evitar la extradición de colombianos a cárceles de Estados Unidos, 'Popeye' asesinó a cerca de 250 personas y participó en el homicidio de más de 3.000; armó y activó cerca de 250 bombas.
"Matamos a Luis Carlos Galán y a 540 policías, al procurador Carlos Mauro Hoyos, a Diana Turbay; a varios magistrados, dejamos heridos a 800 policías; hicimos explotar el vuelo 230 de Avianca y secuestramos a Andrés Pastrana", reconoce el jefe de sicarios del cartel de Medellín.
"Yo no mataba a una persona y empezaba a sudar ni a fumar marihuana; lo mataba, me iba para la casa, me bañaba, me ponía a ver televisión y vivía normal porque soy un asesino profesional", dice.
"Popeye" está terminando de purgar en Cómbita una condena a 22 años por los delitos de "Popeye", narcotráfico, concierto para delinquir con fines terroristas y homicidio. Solo le restan tres años para quedar en libertad.
El Estado lo protege porque ha sido testigo de hechos que marcaron la historia trágica del país. Lo protege, además, porque desde hace años el ex sicario está colaborando con la justicia en el esclarecimiento de algunos hechos como el asesinato de Luis Carlos Galán y de Guillermo Cano, carros bombas y el caso del avión de Avianca.
A pesar de su aparente tranquilidad en Cómbita, "Popeye'"vive con zozobra por temor a ser envenenado, razón por la cual el Inpec vigila los alimentos que a diario consume.
"A mí nadie me visita; con decirle que recibe más visita un secuestrado que yo, porque con todos estos problemas preferí no recibir más visita. Mi hijo vive en Estados Unidos y cuando yo salga de acá me quiero ir del país, si el Estado me ayuda, me voy y si no me ayuda, también. Mi cabeza vale dos millones de dólares para los Ochoa Vásquez, por eso me vigilan hasta la comida", señaló en entrevista con este medio.
Se levanta a las seis de la mañana y se baña con agua fría a la que le atribuye propiedades medicinales que lo mantienen bien de salud. Oye radio y lee El Tiempo.
Su pabellón es un espacio de 30 metros cuadrados con 20 celdas de dos metros por dos metros, donde generalmente pasan sus días y noches algunos narcotraficantes a la espera de que el gobierno autorice su extradición, pero en estos días el patio está vacío, no por falta de narcotraficantes de gran prontuario, sino porque las autoridades penitenciarias prefieren que "Popeye" esté solo para evitar un atentado en su contra.
Su vida en la cárcel está llena de rutinas. Se levanta a las seis de la mañana y se baña, pone a calentar la cafetera, prende la televisión, ve noticias, prepara su desayuno, lee y realiza una oración de quince minutos.
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